Intuicionismo Ético: Prólogo

Esta entrada forma parte de una serie de entradas en las que se hace una traducción amateur del libro Ethical Intuitionism del filósofo Michael Humer. Todo el material traducido hasta la fecha se puede encontrar en la parte correspondiente de Proyectos. Cualquier corrección es bienvenida. Si están interesados en el libro, no duden en comprarlo y así apoyar al autor. Desde que salió esta obra, Huemer ha defendido el intuicionismo ético de críticas y ha afinado su análisis en otros textos (artículos).


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Prólogo

 

Todos hacemos juicios de valor, pero casi ninguno de nosotros entiende lo que estamos haciendo cuando lo hacemos. A través de conversaciones y debates que he tenido a lo largo de un número de años, he llegado a la conclusión de que casi todos los intelectuales en nuestra sociedad piensan que la moralidad es algo irreal. Me he acostumbrado a esperar, cada vez que se toca el tema de la naturaleza de los valores, que se me diga alegremente que la moralidad es una cuestión de emociones o convenciones, que es una ilusión creada por nuestros genes, o que es un mito fomentado por la religión. Esto parece ser el punto de vista sofisticado y ‘científico’. Recientemente he encuestado una clase de alrededor de 40 estudiantes de grado sobre la materia. Después de explicar los términos ‘subjetivo’ y ‘objetivo’, pregunté cuantos de ellos creían que ‘la moralidad es subjetiva’. Cada una de las personas en la sala levantaron sus manos, menos dos -esos dos eran yo mismo y mi asistente, estudiante de postgrado. Esto es aún más sorprendente por el hecho que es casi del todo imposible obtener un acuerdo universal, en una clase de filosofía, sobre cualquier cosa. Los profesores (universitarios) de filosofía, cuyo trabajo es estudiar cosas como la naturaleza de los valores, están menos unidos en su rechazo -el objetivismo moral sigue siendo una posición minoritaria pero respetable en el campo. Aún así, la mayoría de expertos está de acuerdo que la moralidad es de alguna forma irreal. [NdT A día de hoy, el realismo moral es la posición mayoritaria]

Nada de esto parece evitar que cualquiera -sean estudiantes, profesores u otros intelectuales- haga juicios morales, argumentar sobre cuáles son los puntos de vista morales correctos, o intentar hacer que otros obedezcan los principios morales correctos. Incluso aquellos que declaran la moralidad una ilusión hablarán largo y tendido sobre la inmoralidad de la guerra en Irak, o sobre la clonación humana, o como mínimo sobre que su novio les ha puesto los cuernos. Y ellos parecen esperar que sus argumentos se tomen como razón para que otras personas actúen de cierta forma Esto me parece extraño. Si pensara que el gran conejo en la esquina de la habitación es una alucinación, no creo que hablase largo y tendido en público sobre cual es su comida preferida, mi plan de acciones alrededor de su horario, o esperar que otros alteren su comportamiento a la luz de mis afirmaciones sobre él. Todos los que consideran la moralidad como una cuestión de convención o de emociones no parecen en la practica tratarla de acuerdo con esas posiciones. [meme] No argumentan sobre lo que es moral como uno esperaría que se argumentara sobre lo que son las convenciones morales o qué emociones siente la gente. Parecen tratar sus afirmaciones morales como si tuvieran alguna fuerza mayor que afirmaciones sobre convenciones o emociones. Si el aborto no es coherente con las convenciones de la sociedad estadounidense, o si estimula emociones negativas en ciertos observadores, ¿exactamente porqué debería esto supuestamente convencer a una mujer embarazada que no quiere tener su hijo?

Puede que mis preguntas sean ingenuas, y puede que los antirealistas morales tengan algún tipo de respuesta sofisticada a ellas. Solo informo sobre como me parecen las cosas a primera vista. A primera vista, uno podría pensar que el descubrimiento de la filosofía moderna -si esto es lo que es– que la moralidad es subjetiva, ilusoria, o de otra forma no objetiva tendría un profundo impacto sobre como pensamos y hablamos de cuestiones morales; aún así aquellos que abrazan este supuesto descubrimiento en un instante parecen olvidarse de ello en el siguiente,  dedicando casi ningún pensamiento a qué implicaciones podría tener para el uso de argumentos morales y demás. Una simple explicación se sugiere a si misma: puede que los antirealistas más confesos sean fundamentalmente insinceros. En el contexto de un debate de filosofía abstracta, decimos que la moralidad es irreal, e incluso nos decimos a nosotros mismos que creemos esto. Pero lo que realmente creemos es revelado mucho más por la forma en la que hablamos sobre la moralidad en situaciones concretas y por la forma en la que organizamos nuestras vidas de acuerdo con principios morales que por lo que decimos en el aula de filosofía.

Pero no es tan simple como esto. A veces el antirealismo moral afecta a cómo hablamos de las cuestiones morales. Algunas personas argumentarán  que el gobierno no debería ‘legislar la moralidad’ ya que la moralidad es subjetiva. O que no deberíamos intentar prevenir la ablación del clítoris ya que la moralidad es relativa a la cultura. O que no deberíamos abstenernos de juzgar a otros, o que los profesores no deberían tomarse la libertad de enseñar principios morales, ya que no se conocen verdades morales objetivas. Por supuesto, muchos filósofos profesionales se avergonzarían al escuchar estos argumentos. Si la moralidad es subjetiva, no sigue que el gobierno no debería legislarla; lo que sigue es que el gobierno debería legislar la moralidad si hacerlo es coherente con las preferencias subjetivas de los legisladores. Si la moralidad es relativa a la cultura, no sigue que no deberíamos interferir con las costumbres de otras culturas; los que sigue es que deberíamos interferir con otras cultura si hacerlo es coherente con nuestras costumbres. Si no se conocen verdades morales objetivas, no sigue que nos tengamos de abstener de juzgar a otros o de enseñar principios morales; lo que sigue es que no sabemos  si es objetivamente cierto que debamos juzgar a otros o enseñar principios morales. Los tres argumentos mencionados al principio de este parágrafo parecen proceder al inconscientemente eximir algun principio moral del antirealismo general que asumen: el principio de que uno no debería hacer leyes basadas en las meras preferencias subjetivas, que uno no debería imponer convenciones locales  en otras sociedades, que uno no debería hacer juicios que uno no sabe si van a ser objetivamente correctos; que uno no debería enseñar cosas que uno no sabe si son objetivamente correctas.

Por lo tanto, estoy a favor de una explicación diferente de las actitudes de nuestra cultura hacia la moralidad: Sugiero que son incoherentes; de hecho, descaradamente incoherentes. Sean Cuales sean los pensamientos que la mayoría de individuos tienen sobre la naturaleza del valor no aguantarían un minuto de escrutinio. Pensamos que los valores son subjetivos pero que la guerra de Irak era objetivamente inmoral; pensamos que la moralidad es una ilusión pero que deberíamos actuar moralmente; pensamos que, ya que no hay valores objetivos, está objetivamente mal imponer nuestros valores a otros.

La cuestión es, ¿cuales de nuestras creencias en conflicto son falsas, y cuales, si alguna, són correctas?

Muchos que niegan la existencia de valores morales objetivos concederán que, al menos a primera vista, parece natural suponer que hay valores objetivos. Casi toda sociedad a lo largo de la historia ha tomado la objetividad de valores por sentada. Y como he sugerido, incluso miembros de nuestro propia sociedad cínica aparecen asumir la objetividad de valores en sus pensamientos ordinarios sobre cuestiones morales particulares. Si realmente no hay valores objetivos, entonces esto debe ser el descubrimiento más significativo de la filosofía moderna, y puede que la primera vez que la disciplina de la filosofía ha conseguido convencer un gran número de personas de abrazar una masiva revisión del sentido común. Si, por otro lado, hay valores morales objetivos, entonces la opinión generalizada a lo contrario debe ser un de los mayores errores de la filosofía moderna, y en general, de la cultura intelectual moderna.

Esto último es lo que creo. He escrito este libro para defender una explicación exhaustivamente objetivista y racionalista de la naturaleza de la moralidad y del conocimiento moral. La posición que defiendo es conocida, algo engañosamente dadas las connotaciones del termino ‘intuición’ en la cultura popular, como intuicionismo ético. Mantiene que hay hechos valroativos objetivos -hechos como que está mal causar sufrimiento gratuito a otros- más allá de los hechos no-valorativoss naturales; que tenemos cierto tipo de comprensión intelectual de alguno de estos hechos valorativos; y que nos proveen de razones para comportarnos de ciertas formas, independientemente de lo que deseamos. Esta postura es comúnmente vista como ingenua e indefendible. Creo que por lo contrario, que las críticas comunes a ello son más débiles de lo que se toman y no pueden haber persuadido ningún intuicionista razonablemente reflexivo a abandonar su postura.

La primera parte del libro, siguiendo el capítulo introductorio, es negativo: trata de refutar tres teorías alternativas sobre el valor. La segunda parte explica y defiende mi propia postura sobre el valor: el capítulo 5 explica como conocemos verdades morales; el capítulo 6 trata con el problema del desacuerdo moral y el error; el capítulo 7 explica como los valores proveen de razones para la acción; y el capítulo 8 responde a numerosas críticas. Finalmente, al capítulo 9 ofrece una revisión de los principales argumentos del libro, junto con alguna especulación de porqué las conclusiones que defiendo son impopulares y porqué estas cuestiones son importantes.

Quién debería leer este libro? He intentado escribir un libro que pueda ser leído con provecho por otros profesores -pero no intenté escribir uno que sólo pueda ser leído por profesores. La naturaleza de la moralidad y el valor es asunto de todos. Los problemas del relativismo moral y esceptiscismo, si de hecho son problemas, afectan a estudiantes y a personas corrientes tanto como los filósofos profesionales. Esto es una tarea difícil, y numerosas opiniones van a diferir sobre si lo he conseguido exitosamente. He intentado presentar el estado del arte, pero también he explicado los argumentos clásicos que los estudiantes nuevos a este campo deberían de escuchar. Algunos de mis compañeros puede que ocasionalmente se aburran por la repetición de viejos argumentos, mientras que las personas corrientes se confundan por los aspectos técnicos. Para minimizar esta última dificultad, he marcado con asteriscos (‘*’) las secciones más técnicas del libro, incluyendo algunas secciones respondiendo a posturas avanzadas por diferentes individuos en el mundo académico contemporáneo. El no especialista puede saltarse estas secciones sin perder el hilo del argumento.

Este libro se ha beneficiado de muchos comentarios de un número de amigos y compañeros, incluyendo a Elinor Mason, Doug Husak, Ari Armstrong, Bryan Caplan, Robin Hanson, Tyler Cowen, Ananda Gupta, and two anonymous reviewers at Oxford University Press. Stuart Rachels y Richard Fumerton merecen especial reconocimiento por sus extensivos e inestimables comentarios sobre el manuscrito. Estoy agradecido a todos estos individuos, sin ellos el libro sería mucho menos satisfactorio de lo que es.

M.H.

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